miércoles, 12 de noviembre de 2008

LUCES Y TIEMPOS DE LA CIUDAD









Tal vez no haya recuerdo más esencial que aquel que ni nos molestamos en olvidar y permanece como discreto escenario de nuestras pequeñas historias. Tomás Castaño llena sus exposiciones de fachadas de establecimientos cotidianos, aquéllos que forman parte indeleble de su memoria personal y de la memoria colectiva de todos los ciudadanos que necesitamos arraigar el pasado en lugares próximos y reconocibles. La vida del caminante gris bajo la lluvia de la ciudad norteña no está escrita en los grandes monumentos y las avenidas anchas, sino en los lugares cotidianos, en las tiendas, los cafés, las farmacias que revelan el devenir del tiempo. El caminante es el comercio de esta plaza, del digno y callado trasiego de la vida cotidiana. Tomás Castaño debe de ser lector de las elucubraciones de la intrahistoria de Unamuno: son los trabajos discretos y sabios, anónimos y eficaces, los que mueven la historia y, desde luego, los que ponen nombre propio a cada existencia. Por eso Castaño recrea las arquitecturas perdidas en la miseria y la inmensa dignidad del paso del tiempo, los jardines olvidados en la humedad de la noche, las largas perspectivas de la ciudad tendida hacia el mar aliviada por la lluvia pertinaz. Su pintura, ya se ha dicho, es una pintura para conjurar el tiempo; pero no sólo para atraparlo en el lienzo, seguramente, sino para hacer que cada uno sienta que ese tiempo recreado por el artista se ha quedado por un instante retenido y, así, que cada cual se engañe maravillosamente pensando que es dueño de sus horas. Son las luces y los tiempos de la ciudad que, a menudo, la misma prisa urbana no nos deja reconocer: pasamos al lado de las últimas tiendas de ultramarinos, de la barbería, de los canalones enmohecidos, del enrejado oxidado y de un mercado de flores sin darnos cuenta de su bagaje de siglos y de su humilde persistencia. Con suma delicadeza el pintor nos conduce de nuevo a ese tiempo y a esas luces desapercibidas, al recio pórtico de luz del antiguo Hospital de San Rafael, a la Grúa de Piedra perfectamente integrada en el paisaje lluvioso, a los escaparates de los momentos retenidos, a los balcones donde tantas miradas se asomaron, a esas paredes que son míseras y nobles como el hidalgo del Lazarillo. Nosotros hemos sido míseros y nobles, capaces de las más increíbles empresas y prestos a la vez para la cobardía y el silencio, como esas paredes descascarilladas y humedecidas que han cobijado tantas vidas y han velado tantos sueños. Es mucho más que realismo lo que nos ofrece Tomás Castaño: pintura que no necesita ser explicada, es verdad, pero que precisa un ejercicio emocional por parte del espectador para ser disfrutada al máximo de su belleza. Allí, en el interior de aquel café, amor, en la penumbra vespertina, apoyados los brazos sobre una pequeña mesa del fondo del local, te dije tantas cosas que hoy quisiera recordar

Mario Crespo López

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